Son las 4 am y no dejo de mirar mi resumen de Introducción a la Educación como si estuviera escrito en chino mandarín.

Pienso… ¿Por qué no empecé antes? ¿Por qué no seguí el hilo de las clases? Y entre todos esos “por qué”, me acuerdo de un par de cosas: trabajé, cursé y casi ni dormí, tal vez, esas sean las respuestas.

Vuelvo a la realidad, veo otra vez el resumen y la taza de café casi vacía al lado mío… ¿Promoción? Mejor me olvido, ¿no? Creo que sí.

“En estos momentos sólo se puede reír”, diría Marge Simpson, pero no puedo. Tengo nombres, frases y conceptos en la cabeza, nada fijo, todo flota mientras me vuelvo a preguntar por qué no empecé antes; por qué soy hija del rigor y siempre termino estudiando toda la madrugada, y después voy a rendir como un personaje digno de una serie de zombies.

En fin, Febo asoma, y yo sigo acá, mitad dormida, mitad despierta.