Hablemos de esto. La tesis es mucho más que la especie de limbo en la que queda ubicada, es más que el “entremedio” que hay entre cursar y recibirse; para muchxs es una forma de estar en el mundo académico (en el mundo, fin): a veces una forma de permanecer siendo estudiante, otras veces una forma de evitar el encuentro con la profesión (que es otra forma de estar en el mundo, diferente).

No es ser estudiante, ni es ser profesional. Es ser tesista. (Si acá nos ponemos a hablar de la cuestión del ser… ¡puff!).
Quizá no les pase a todxs, pero puede tener un peso significativo, ¿aplastante?
Es una respuesta también: “¿Qué haces?” -Soy tesista.

Es una respuesta hermosa, ¿o no? Ya está superada la etapa de cursar, rendir finales, (des)aprobar, de una lloradita y a seguir (mentira, eso no se supera nunca), pero lo demás sí, ya está. “¿Hay finales? Jajajaj quémimporta, soy tesista”. Pero aún no está asumida la responsabilidad que sigue luego (con todo lo que implica, pero no vamos a spoilear).

Es cierto, no le pasa a todo el mundo. Hay gente que resuelve la tesis en 3 meses y listo. Lo que digo es que a veces lleva tanto tiempo (incluso años…) porque no es “un trabajo más”, no es “un trabajo cualquiera”. Y lleva -generalmente- más tiempo del esperado, no necesariamente porque es un proceso difícil, o largo (que nadie niega que lo es) sino porque -¡encima!- se ponen en juego un montón de otras cosas, que son particulares, que son personales y que además, muchas veces, desconocemos. Es la típica “me siento frente a la PC pero no me sale nada”. 

Cuando digo que ser tesista puede ser una identidad, lo que digo es que detrás de alguien que está 5 años para hacer una tesis, no necesariamente hay holgazanería o desinterés, no siempre es falta de ganas o de voluntad. Es más complejo, muchísimo más complejo que eso.

Por eso también es importante dejar de preguntar “¿cuánto te falta para recibirte?”, y por eso es fundamental ensayar respuestas que sean bien incómodas para esa pregunta.