Vivimos en un mundo en el que estudiar música está relacionado a lo bohemio, las drogas y el malestar económico. Olvídense de eso, al menos de las drogas y lo bohemio. O de lo bohemio solo.
Para empezar con mi relato, quiero comentar un poco cuál es mi trasfondo. Siempre fui un tipo lógico y estructurado, terminé la escuela con un promedio vago y me mandé a estudiar la Licenciatura en Administración en la UBA. Fallé miserablemente. No fue por falta de capacidad, sino que como tantos otros, amaba la música; fue falta de interés. Mis días estaban llenos de dudas y me sentía angustiado, me sentía un “traidor” por no estudiar música (cosa que con el paso del tiempo descubrí que no era el único).
Lo que, irónicamente me despertó de ese estado de congoja (guarda con la rima), fue haberme quedado dormido en el medio de una clase de Economía; en ese mismo instante que levanté la cabeza del pupitre del estacionamiento transformado en aula (los alumnos de la sede Bulnes de la UBA deben conocer esos salones cerrados), caí en la realidad: ¡A la mierda con todo! Sin embargo, no era tan fácil, ¿se imaginan a un chico de familia compuesta por ingenieros y físicos que al muchacho se le ocurra largar todo y estudiar música? Long story short: Terminé estudiando música.
En fin, esto no es mi biografía, el asunto principal de todo esto es desmitificar un par de cosas y comentar otras que hubieran hecho más simple y menos turbulenta mi entrada a este hermoso mundo de armonías. Y el primer mito que quiero disipar es: “No se puede vivir de la música“. Mentiras, puras mentiras. Continuar leyendo →