#SerUniversitario

Experiencias universitarias contadas por universitarios.

Ser universitaria: el primer día

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18:00 h. En punto. En cualquier otro día se habría preparado la pava de agua para el mate de la merienda. Cualquier otro día, pero hoy no. Y quizás por muchos días más tampoco. Ojalá. Pero no, hoy no. Hoy corrió por el corto pasillo del departamento de sus padres, casi chocando con el aparador donde su mamá guardaba la vajilla buena, la que nunca se usaba, salvo en ocasiones especiales. Se preguntaba si algún día llegaría una ocasión especial o si esa vajilla iba a quedar ahí para siempre, acumulando polvo. Agitó la cabeza, no se podía distraer. Eran las 18:05. Agarró un cuaderno de la mesa del comedor y juntó los papeles que le habían pasado para los inicios de las clases. Los metió en su mochila que tenía el mismo diseño que su cartuchera, reliquias que habían quedado de la secundaria. Antes de salir por la puerta pasó por la cocina a buscar una botella de agua.

–¿Tomaste algo? preguntó su mamá, con el mate en la mano, y una factura en medio del camino hacia los labios. ¿Qué pasaba con las madres, que siempre cuando una estaba apurada, hacían preguntas que solo hacían perder el tiempo?

–No. No tengo tiempo.

–No se estudia bien con el estómago vacío.

–Si lo sé, mamá.

–Aunque sea comprate algo en el camino.

–Sí, mamá.

No lo iba a hacer. Eran las 18:10. A las 18:30 empezaban las clases. Todavía tenía que tomarse el bondi. Era su primera clase en la facultad, día que había anhelado durante todo el verano. Al fin iba a estudiar algo que le gustaba. Algo que le interesaba. Basta de perder el tiempo en materias aburridas. Basta de profes desmotivadores. Basta de compañeras que no prestaban atención. Estaba ansiosa por ver lo que la carrera le traería. Ansiosa por conocer a sus nuevos compañeros. Ansiosa por saber más sobre sus profes. Ansiosa por todo. Tan ansiosa que se había quedado dormida en la siesta, y ahora, en su primer día, su primera clase, estaba llegando tarde.

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Sobreviviendo en la universidad

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¿Tienen familiares, amigos, amigas, gente querida en la universidad?
Agarren el celular y pregúntenles cómo están, que ésta suele ser una época increíblemente difícil para quienes somos universitarias y universitarios. Y lo digo con conocimiento de causa ¡eh! No sólo por hablar… es de madrugada, estoy cansada, y como diario íntimo no tengo, se me ocurrió escribir acá. En una de esas me lee algún compañero, alguna compañera que esté más o menos igual y entienda un poco de qué se trata todo esto. Me tomo un mate y empiezo…

Afuera circulan muchas representaciones acerca de la universidad, y la verdad que es algo hermoso; las experiencias que te enseña la vida universitaria sobrepasan por mucho los contenidos académicos, porque queriendo o sin querer, aprendes cosas de la vida misma (sobretodo si te vas a vivir sola/o): a cocinar la cantidad justa de arroz, a usar seis horas la misma yerba en el mate, a juntar la ropa en el momento justo antes de que se largue a llover.

Esas son cosas copadas, pero se aprende de todo en realidad, se aprende a sobrevivir. Algunos días son más difíciles, pero particularmente, algunas noches son más difíciles (muy difíciles), que los parciales, que los finales, que los trabajos prácticos, que esta exposición, que aquella investigación, que este examen, que aquel recuperatorio, y así; de a ratos sentís que la facultad te está llevando puesta/o.

Mi auto-consuelo suele ser: “yo elegí estar acá, hay que disfrutar cada momento. Pasa rápido, después voy a extrañar estudiar”, etcétera. Pero sinceramente a veces las fuerzas no dan ni para eso. Y qué se yo… tenemos derecho de angustiarnos, estar tristes y sentir que no podemos también, ¿no? La cantidad de cosas que se nos cruzan por la cabeza son innumerables, por eso les digo en serio, si conocen a algún/a estudiante pregúntenle, que cómo está, que cómo anda. Cómprenle un chocolatito y denle un abrazo honesto. Hay días en los que sólo eso, te salva.

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Ganar una beca y estudiar en España: entrevista a Victoria Agulla Tagle

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Hoy revivimos la sección Graduados con la experiencia de Victoria Agulla Tagle, quien con mucho esfuerzo se ganó una beca para hacer un máster en España. Sin más preámbulo ni spoilers, la entrevista:

¿Cómo y dónde aplicaste a la beca para hacer tu máster?
A través de Fundación Carolina, que trabaja en cooperación en materia educativa entre España y América Latina, a través de convenios entre alumnos latinos y universidades españolas.

¿Qué carreras y trabajos hiciste para llegar? ¿Por qué?
Alrededor de los 12 años el periodismo empezó a atraerme. Un hobby que tenía de chica era leer el diario todas las mañanas y ver el noticiero todos los mediodías. Además, tenía un particular gusto por la fotografía y la cultura. Por eso, me anoté en la Tecnicatura de Periodismo en el CUP y, luego, en la Licenciatura en Comunicación Social en Córdoba. Mi juventud se desarrolló a la par de las redes sociales, por lo cual crecí utilizándolas como medio de expresión. Mi primer trabajo fue como productora en un programa televisivo sobre política. De la TV pasé a la producción de radio. Del audio muté íntegramente al Social Media Management en agencias. Como me gustaba mucho viajar, comencé a escribir diarios de viajes para diferentes webs. Hasta que en 2015 logré cumplir una de mis metas: cubrir el Festival de Cannes. Desde ese momento, comencé a especializarme en la cobertura de festivales culturales en diferentes partes del mundo.

Actualmente trabajo como periodista independiente, realizando Comunicación en empresas, cubriendo eventos relacionados al cine, arte, música, moda, literatura y gastronomía, y escribiendo sobre marketing, tecnología y turismo para diferentes medios nacionales e internacionales. Teniendo esta experiencia práctica tan diversa, sentía que me faltaba un poco de formación más teórica; ahí es cuando apareció el Máster en Gestión Cultural.

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La nutri 2: todo llega, todo pasa

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Acá estoy de vuelta. Casi 6 años después… volvió la nutri.

Acabo de leer mi primer post sobre la carrera y, honestamente, me sorprendo. Sigo amando a mi carrera, me siguen dejando “el toto del diámetro de un barril” (chiste interno para los que han leído el primer post) y ahora, amo más que nunca a mi universidad.

¡Cuántas cosas han pasado en estos 6 años! Y no solo a nivel universitario, sino a nivel personal. Para empezar, estoy en cuarto año ya. Me quedan dos materias (DOS MATERIAS NO LO PUEDO CREER NECESITO MAYÚSCULAS MÁS GRANDES), las prácticas y la tesis. Solamente me quedan dos finales, ¿logran entender eso? Cuando escribí ese post solo tenía unas ocho materias adentro, me faltaban unas 40 para estar donde estoy.

Un poco de historia: a finales del 2014 empecé a trabajar en un call center que me limó la cabeza, tuve problemas a nivel pareja y mi rendimiento académico cayó abruptamente. En 2015 regularicé solo dos materias. No rendí finales. Recursé todo lo que se me ponía a mi paso. No podía, gente, no podía. Tenía mucha angustia que no me dejaba salir de la cama; cursaba de mañana, me iba a trabajar y cuando volvía a mi casa inmediatamente me iba a dormir. No comía, no veía a mis amigos, solamente quería estar durmiendo. Ese año fue prácticamente “perdido”.

En el 2016 conseguí trabajo en una multinacional muuuuy conocida que por suerte me permitía estudiar y en esos dos cuatrimestres, en compensación a los anteriores, metí aproximadamente nueve materias. Choooocha. En el 2017 me fui de viaje y volví tan “flipada” por lo que era el viejo continente que no lograba concentrarme. Me empeciné con que quería cambiar de área en el laburo para poder tener un día de home office y le puse todo el foco a eso. Dejé las materias claves que me iban a permitir recibirme a finales de este año (adivinen quién no lo hará). El cambio no me hizo bien: soy absolutamente cero empresa y, claramente, crecer ahí adentro es de lo último que tenía ganas. En julio de 2017, hace un poco más de dos años, tuve mi primer ataque de pánico. Era tal la exigencia que sentía que me empecé a presionar a mí misma, pensando que el problema era yo. Efectivamente, el problema era yo: estoy estudiando Nutrición, chicos. ¿Qué tenía que hacer en una multinacional? Ese año no fue tan grave y pude meter algunas materias.

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Y vos, ¿ya sabés qué querés hacer por el resto de tu vida?

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Elegir una carrera es una experiencia que cada uno vive a su manera. Para algunos es más fácil, para otros, más difícil. Pero al final, es un momento que vale la pena atravesar. Cuando empecé el famoso CBC, tengo que admitir, estaba un poco asustada. Se escuchan muchas cosas: que es un filtro, que solo muy pocas personas lo terminan en un año, que los profesores son exigentes, que hay mil trámites. Hay algunas que son ciertas, pero muchas otras no y lo importante, y no imposible, es disfrutarlo.

Primero que nada, hay que saber que todos están en la misma que vos. Creo que casi todo el mundo que empieza una carrera en la UBA tiene más o menos los mismos miedos y uno de ellos es si te hacés amigos en un ambiente donde cursás casi cada materia con gente distinta. Y la respuesta es sí. Todos llegan solos y en busca de alguien con quien charlar, compartir apuntes y mates, así que no dejes que el individualismo del que todos hablan te asuste. Es cierto que es difícil viniendo del colegio donde conocés a todo el mundo, pero creo que está buena la idea de abrirse porque quizás, y yo creo que es verdad, encontrás gente que te va a acompañar toda la vida.

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¿Estudiar o aprender?

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En el año 2008 cursaba el tercer año de Psicología en la UBA. Tenía 10 materias aprobadas y un buen promedio. Si todo iba como planeaba, para fin de año tendría la mitad de la carrera adentro. Venía estudiando y aprobando. Buenas notas, buen promedio, buenos resultados. Todo parecía ir perfecto, pero la realidad era otra. Había algo que no iba tan bien. No se lo decía a nadie, aunque yo lo sabía muy bien. Sentía que estaba estudiando y aprobando, pero que no estaba aprendiendo.

¿Alguna vez sentiste que estudiabas “solo” para aprobar?
¿Te pasó de olvidarte el material que rendiste apenas un par de semanas después del examen?
¿Y sentir que podés estudiar y aprobar sin aprender?

Preguntas de examen

Estudiar suele ser sinónimo de memorizar respuestas a preguntas de examen. Tarde o temprano descubrimos que el objetivo no es más que aprender a leer textos identificando posibles preguntas de examen. Y, cuando se acercan los parciales, practicamos —¡justamente!— respondiendo preguntas de examen de años anteriores.

Leemos en un apunte: “Las tres características de la memoria episódica son…”. ‘¡Genial!’, pensamos. ‘Esto tiene pinta de pregunta de parcial’. Tomamos nota, subrayamos, marcamos con asteriscos y colores. Ya sabemos que en el próximo parcial posiblemente nos encontremos con una pregunta como “¿Cuáles son las tres características de la memoria episódica?”. ¡Misión cumplida! Ahora es solo cuestión de seguir leyendo hasta pescar la próxima pregunta de examen.

Me resulta curioso: nos adiestramos para identificar preguntas hechas por otros, pero no desarrollamos el hábito de formular nuestras propias preguntas. Leemos libros y apuntes a la “pesca” de preguntas. Pero, no cualquier pregunta: preguntas de examen. Cualquier otra pregunta no vale la pena. Si, de todos modos, no va a aparecer en el parcial. ¿Para qué gastarnos?

Es una pena que no nos tomemos el tiempo de hacer nuestras propias preguntas. Aquellas que inspiran nuestra curiosidad, nuestro deseo de descubrimiento. Las que tienden un puente entre lo que leemos y lo que vivimos. Las que nos llevan a aprender. A ver la realidad con otros ojos y a transformarla para mejor.

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¡Persevera y triunfarás!

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Cada estudiante los atraviesa a su manera y como puede. Algunos no duermen la noche anterior a rendir, otros prefieren acostarse temprano y madrugar. En mi caso particular, duermo poco. Sí, estoy hablando de ¡los exámenes finales!

Siempre el día del examen final me levanto muy temprano, pongo la pava para tomar unos mates, acomodo los materiales y empiezo a repasar. Cuando se hace la hora de ir a rendir, los nervios aparecen. Me tranquilizo, respiro hondo y entro al aula. “¡Que sea lo que tenga que ser!”, pienso. A veces apruebo y a veces no.

La situación del examen se ve muy fácil desde afuera, pero cuando te sentás a rendir te pueden invadir los nervios. En un examen oral algunos hablan poco, otros mucho. Y otros sufren “lagunas”. Quizás la pregunta que le hicieron a tu compañero, para vos, que estás sentado en la tercera fila, suene “fácil”, pero es fácil porque estás sentado en la tercera fila. En una situación así no hay que desestimar los nervios del otro.

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Aquí y ahora, ¿estás presente?

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Recuerdo que, en varias ocasiones, cuando me sentaba frente a mis apuntes para preparar un final, pensaba lo mucho que me gustaría volver al jardincito, donde sólo me tenía que preocupar por separar -con mucho cuidado- las tapas de la Merengada de su crema para comerla por separado. ¡Qué se yo! ¡Tenía su mística!

También recuerdo haber estado en mi pupitre cursando alguna materia en la facultad y haberme dicho “No veo la hora de estar recibida para dejar de venir”.

¿Te ha pasado no? Me refiero a esa sensación de querer estar allá o más allá, pero no acá. No en lo que está pasando en este momento. No en lo que “hemos elegido” para “ahora”. Sin ir más lejos, fíjense en los comentarios o títulos que le anexamos a nuestras fotos del pasado en Instagram o Facebook: “Buenos tiempos”, “Volvamos”, “Tiempos mejores”.

Ahí vamos… como viviendo entre el pasado y el futuro. Nos come la nostalgia y nos devora la ansiedad.

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La del último esfuerzo

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E̶s̶t̶i̶m̶a̶d̶a̶ ̶l̶i̶c̶e̶n̶c̶i̶a̶d̶a̶

Querida licenciada:

Espero no le moleste algunos excesos de confianza que estoy a punto de tomarme en esta carta, pero no solo necesito, si no que reclamo, su atención.

Sé que usted no me va a recordar. Y lo entiendo. Va a recordar a la chica inocente usando un sweater peludo negro y lápiz de labios rojo, ingenua, la que fui, que hizo la carrera con todo un plan de cosas para hacer después y logros por tener, que perseveró frente a todo, que fue responsable, que fue curiosa y amó aprender y leer y los retos que se le presentaron.

Sé que va a extrañar a la niña y amar a la profesional, y esto que soy yo ahora, esto que no sé qué es, esta persona que está aquí, “La del último esfuerzo”, va a caer totalmente al olvido. Va a ser una versión de usted que le va a parecer embarazosa, pero no olvide (al menos no en el fondo) que yo la hice, que yo la llevé hasta donde está hoy.

Por favor, se lo imploro, cuénteme de ese lugar en el que está. ¿Está cerca? ¿Está lejos? ¿Hace frío? ¿En qué idioma le habló al cajero del súper? ¿A qué dedica su día a día? ¿Es independiente? ¿Es feliz?

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¡No quiero rendir, no voy a poder!

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Siempre me llamó mucho la atención el peso que las creencias tienen en nosotros. No me refiero a creencias religiosas o ideológicas (aunque son válidas también) sino más bien a aquellas que hemos construido y confirmado en el tiempo y que actúan como habilitantes o limitantes de nuestro accionar.

Me encuentro a menudo con estudiantes que tienen capacidades súper interesantes, metas u objetivos claros, pero guardan en sus mochilas creencias como “no puedo”, “no lo merezco”, “no soy capaz”, que tiran por la borda todo lo otro.

Pero… ¿tanto “peso” tienen las creencias?

Las creencias ejercen un gran impacto sobre la manera en que nos comportamos y los resultados que obtenemos en base a nuestro comportamiento. Pues éstas son las que le dicen a tu cerebro qué información deseas recibir y qué información debe bloquear.

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