Estoy entrando por la puerta de la facultad mientras me saco los auriculares. Voy caminando por el pasillo al que dan todas las aulas y, afuera, contra las paredes, hay mucha gente apoyada estudiando con los apuntes. Desde el tren que los vengo rastreando como puntos en la multitud. A medida que me había ido acercando hacia el epicentro del caos se iban multiplicando. Caminando por la calle leyendo. Pasando pilas y pilas de hojas. Es época de exámenes.
Hoy hice una excepción y llegué puntual. Yo también tengo examen, pero todavía estoy un poco dormido para estar tan exaltado como mis compañeros. No vinieron muchos aún, y para cuando llegue la profesora tampoco habrán llegado muchos. Faltaron por miedo.
Frente a mí hay un grupo de chicas, todas ojerosas. Una le dice a las amigas que no durmió en toda la madrugada por quedarse estudiando. Llegan algunos compañeros y me preguntan si estudié. Les digo que repasé de los apuntes y se quedan mirándome atónitos. Me dicen que era una banda, que uno se levantó una hora antes para repasar. Me recuerdan que estamos en la universidad, que no es la secundaria, que esta universidad tiene mucho prestigio. Ahora me inquieto un poco, pero después me acuerdo que todavía falta otro parcial, que quizás haya recuperatorio y que de última, solo es una materia. Me recuesto otra vez, estirado en la silla, bastante relajado. Van llegando. Todos están frenéticos con sus apuntes, repitiendo frases en voz baja. Hay uno que me llama particularmente la atención: pasa las hojas de los apuntes como mirando todo a ver si encuentra una respuesta mágica a último momento. Algo que lo ilumine crucialmente. Continuar leyendo →