18:00 h. En punto. En cualquier otro día se habría preparado la pava de agua para el mate de la merienda. Cualquier otro día, pero hoy no. Y quizás por muchos días más tampoco. Ojalá. Pero no, hoy no. Hoy corrió por el corto pasillo del departamento de sus padres, casi chocando con el aparador donde su mamá guardaba la vajilla buena, la que nunca se usaba, salvo en ocasiones especiales. Se preguntaba si algún día llegaría una ocasión especial o si esa vajilla iba a quedar ahí para siempre, acumulando polvo. Agitó la cabeza, no se podía distraer. Eran las 18:05. Agarró un cuaderno de la mesa del comedor y juntó los papeles que le habían pasado para los inicios de las clases. Los metió en su mochila que tenía el mismo diseño que su cartuchera, reliquias que habían quedado de la secundaria. Antes de salir por la puerta pasó por la cocina a buscar una botella de agua.
–¿Tomaste algo? –preguntó su mamá, con el mate en la mano, y una factura en medio del camino hacia los labios. ¿Qué pasaba con las madres, que siempre cuando una estaba apurada, hacían preguntas que solo hacían perder el tiempo?
–No. No tengo tiempo.
–No se estudia bien con el estómago vacío.
–Si lo sé, mamá.
–Aunque sea comprate algo en el camino.
–Sí, mamá.
No lo iba a hacer. Eran las 18:10. A las 18:30 empezaban las clases. Todavía tenía que tomarse el bondi. Era su primera clase en la facultad, día que había anhelado durante todo el verano. Al fin iba a estudiar algo que le gustaba. Algo que le interesaba. Basta de perder el tiempo en materias aburridas. Basta de profes desmotivadores. Basta de compañeras que no prestaban atención. Estaba ansiosa por ver lo que la carrera le traería. Ansiosa por conocer a sus nuevos compañeros. Ansiosa por saber más sobre sus profes. Ansiosa por todo. Tan ansiosa que se había quedado dormida en la siesta, y ahora, en su primer día, su primera clase, estaba llegando tarde.
Agarró su llavero que se encontraba en la mesada y salió corriendo por la puerta principal. Apretó el botón del ascensor varias veces, pero claro, no tenía sentido, no iba a venir más rápido por apretarlo más. Ni siquiera escuchó que arrancaba. Alguien debía de haberse olvidado de cerrarlo. Soltó una maldición y decidió bajar los cuatro pisos por escalera. Iba a llegar tarde, y toda chivada. Pero iba llegar.
Bajó las escaleras casi saltando, la puerta del edificio estaba abierta. Esquivó a la señora del tercero que estaba entrando con su carrito de compras, y salió corriendo hacia la parada. Ya estaba llegando el bondi, bien. Por lo menos no tenía que esperar. Cruzó en rojo, ignorando el bocinazo que le tocó y saltó hacía la puerta del bondi, mientras éste arrancaba.
–Facultad de Ingeniería –exaltó con lo poco que le quedó de aliento.
Apretó la SUBE contra el aparato hasta escuchar el agudo “piip” y respiró fuerte. Se volteó hacia atrás, y empezó a buscar un camino entre el acumulado de personas que habían tenido la misma idea de tomarse el bondi justo a esta hora. Eran las 18:18.
Lentamente el bondi arrancó, arrastrándose por la avenida. Mientras ella trató de mantener su equilibrio con las constantes frenadas y arranques del vehículo, pensaba en qué loco que era todo. El año pasado todavía estaba en la secundaria. Riéndose de los chistes boludos de sus amigas. Soñando con ser adulta y libre. Lo que ahora supuestamente era, pero no se sintió así. ¿Qué era ser adulta? Qué raro que ser adulta se definía por un simple cruce de cierta edad o de cerrar la etapa de la vida que se llama escuela secundaria.
Hace un par de meses se habían ido a Bariloche, un cierre hermoso que, según todos sus profes, era la parte fácil de la vida. Ella no había estado de acuerdo con eso, la adolescencia no es una etapa fácil. Estaba segura de que ahora se venían tiempos excelentes.
Había dado un paseo por afuera de la facultad durante las vacaciones. Tenía un aire de grandeza. Las estudiantes que entraban y salían y hablaban de finales y parciales y materias y TPs, le transmitían un sentimiento de esperanza, de que se venía algo interesante.
El bondi frenó de golpe y ella cayó contra una chica que estaba a su lado.
–Perdón –murmuró y volvió a desaparecer en sus pensamientos.
Su corazón latía. ¿Qué pasaba si su profe no la quería? ¿Y si se enojaba porque llegaba tarde? Esta era la vida dura, ¿no? Sí. Era Argentina, país reconocido por su gente que llegaba tarde a todos lados, pero… ¿en el primer día de clase? O ¿qué pasaba si no le gustaba la materia? Algunas le habían dicho que iba ser difícil. Pero ella había leído todo el resumen de la materia, todo lo que incluía la carrera. Había buscado y visto videos de gente que había tenido ya la experiencia fantástica de estudiarla. Había googleado a sus profesoras. Visto las experiencias en empresas que tenían (o no tenían). En su ansiedad de arrancar su primera clase había buscado toda la información disponible. Anoche no había podido dormir por tanta información y ansiedad. Por eso había tomado una siesta, la cual ahora la estaba haciendo llegar tarde. Nerviosa miró la pantalla de su celu, apretada entre la gente. 18:28.
Casi se perdió la bajada. Por suerte mucha gente joven bajó en el mismo lugar y eso le dio tiempo de apretarse por un agujero entre dos personas y saltar al aire libre antes de que el bondi volviera a arrancar. Acomodó la mochila en su espalda, guardó el celular en un bolsillo y cruzó la plaza con grandes pasos. Subió dos escalones por cada paso, esquivando grupos de estudiantes de todas las edades. ¿Había algunos que también estaban llegando tarde? Quizás alguna de ellas iba a ser su compañera. En la entrada se quedó parada y suspiró. Ahora arrancaba la etapa de ser universitaria.
De repente se le congeló la sangre. ¡No se acordaba del aula! Rápido bajó la mochila y revolvió los papeles en ella que, por la corrida, se habían desordenado. Vio que encima se había abierto la cartuchera y todos los lápices se habían desparramado por el fondo de la mochila. No tenía tiempo para acomodarlos. Ahí estaba la hoja con la información. La sacó, cerró la mochila y con la hoja en la mano se acercó rápido a la tabla de información. Buscó el aula correcta en el mapa y se echó a correr. Esquivó a varias estudiantes y lo que parecían ser profesoras en el camino, se tropezó con una mochila que alguna chica descuidada había apoyado en el piso. Con suerte logró mantener el equilibrio. Ahí, al final del pasillo, esa era el aula correcta. La puerta estaba abierta. Justo antes frenó, respiró profundo un par de veces, recuperando su aliento. Se acomodó el pelo y la mochila. Y entró. Eran las 18:40. El aula estaba semivacía. La profe no había llegado todavía. Sonrió. Había superado el primer desafío. Todas sus preocupaciones se desvanecieron. Era como si un peso enorme cayera de su corazón. Buscó un asiento libre y escuchó el murmullo de las compañeras que estaban intercambiando nombres. La chica que se había sentado al lado se giró y la miró. Le tiró una sonrisa.
–Soy Magdalena –le dijo– ¿y vos?
–Soy Clara –le contestó–. Pensé que iba a llegar tarde.
Se secó la frente que, ahora que había dejado de correr, estaba acumulando un leve film de sudor. Magdalena se rió.
–Le pasa a todos. Pero Catalina, la profe, siempre llega tarde.
–¿En serio?
–Sí, estoy repitiendo el curso, tuve dificultades el año pasado, pero este año me pongo las pilas.
–Si querés, estudiamos juntas.
Magdalena sonrió y aceptó. Fueron interrumpidas por el sonido de un golpe. La puerta se había cerrado, la profe entró.
–Bienvenidas a Análisis Matemático I, chicas –dijo y se interrumpió. Suspiró.
–¿Otra vez un año 100% femenino?
Clara frunció el ceño. ¿Qué tenía que ver? Magdalena se rió.
–Es que a los pibes no le va bien la matemática –dijo ella. Las otras chicas en el aula se rieron. Clara no. No entendió qué era lo gracioso.
La puerta se abrió devuelta, un chico entró, agotado.
–Perdón –dijo–. No encontré el aula.
–¿Estás seguro de que la encontraste? Esto es Análisis Matemático I –dijo Magdalena. Esperando otra risa del curso. Esta vez había menos chicas haciéndole el favor.
Era obvio que el chico la había escuchado, pero hizo de cuenta que no. Se sentó en el primer asiento que encontró. –Ahí tiene a uno, para su estadística –dijo Magdalena hacia la profe. No se rió nadie y arrancó la clase.
19 marzo, 2020 a las 00:30
linda historia