Y llegó el día, no podés creer cómo después de haber esperado tanto este momento, ahora está ahí. Todos te hablaban de cómo eran los parciales, pero viste que es como la primera vez: por más que te digan, la experiencia es de uno y puede coincidir o no con la del otro.

Seguro te asustaron, te dijeron que iba a ser terrible, y vos ya al borde del pánico imaginaste miles de cosas, entre ellas, pasar noches enteras sin dormir, digiriendo miles y miles de textos al punto tal de que la cabeza te explote y no puedas analizar una macro molécula más.

Seguro también se te hizo muy difícil estudiar y no distraerte con el celular. Leías los apuntes, intentabas concentrarte pero él estaba ahí, seguramente con algún whatsapp de tu amigo/a que quiere salir a bailar el sábado, o los del grupo de la facu, que hablan de temas que vos ni tocaste (o peor, ni sabías de su existencia).

Ahora estás a punto de rendir tu primer parcial, tenés nervios pero a la vez fe. “La esperanza es lo último que se pierde”, dicen. No sabés cómo te puede llegar a ir, no tenés idea de lo que te pueden llegar a preguntar pero te tranquiliza el saber que te esforzaste. Que sea lo que Dios quiera. Fue.

Llegás a la facu, ves de lejos las caras de tus compañeros, algunos se ríen lo más panchos, otros están al borde de suicidarse, los nervios los consumen. Entrás al aula, te sentás, y el profesor empieza a entregar la fotocopia o a dictarte las preguntas. Leés alguna/s que no sabés y decís por dentro “estoy en el horno” o, si sos un poco exagerado/a, ya pensás que la vas a recursar. Pero intentás calmarte y empezás a responderlas.

Entregás. Dejás el aula. Quizá antes le deseás suerte a algún compañero que todavía no terminó. Estás más relajado. Por más que te preocupes, no podés cambiar nada. Ya pasó, pero pasó éste nada más. Todavía quedan más parciales por rendir, más apuntes por leer, más resúmenes por hacer y más cafés de madrugada por tomar.

¡Que te sea leve!